sábado, 2 de marzo de 2013

CANCIONES DE PAZ...


En la película "Senderos de gloria" (Stanley Kubrick, 1957) un grupo de soldados franceses disfruta en una taberna de una jornada de descanso antes de volver al frente.  El local tiene un pequeño escenario con un piano y el propietario tiene una actuación sorpresa para los soldados. Para presentarla, la define como "una nueva adquisición del enemigo" y que viene desde Alemania, "tierra de bárbaros". Aparece en escena una joven, cohibida por tanto público hostil y abrumada por los abucheos. Los soldados están ahora más agitados si cabe... A saber cuánto tiempo hace que no ven a una mujer. Además, el dueño del local la describe de manera humillante mientras aumentan las carcajadas burlonas y los insultos de los clientes. Lo único que destaca de la pobre chica es el talento de su voz. 
 La joven empieza a cantar Der treue husar (el valiente húsar) y a medida que la melodía avanza sin que la chica pierda su aspecto frágil y temeroso, el silencio comienza a adueñarse de cada uno de los asistentes. Ya no hay burlas, ni gritos, la dulzura de su voz va recorriendo las mesas y apaciguando el estado asalvajado de los soldados. Poco a poco el poder de la música les hace empatizar con la chica hasta sentir compasión por ella. La música les arrastra bruscamente a tomar conciencia de la realidad miserable que están viviendo: la guerra. 
 Para algunos, esa joven simboliza la mujer, la novia o la hija que han dejado en sus respectivos hogares; otros se sumirán en la tristeza al recordar los actos horribles en los que han participado y en un intento de confraternizar con el enemigo, algunos comienzan a tararear la canción. Evidentemente, no tienen ni idea de alemán, da igual, un espontáneo coro de voces acompañará a la cantante hasta el final, sepultando, aunque sólo sea por unos momentos, la crueldad y deshumanización iniciales.
 Su semblante, antes risueño y luego serio, es ahora el rostro de la emoción, de la tristeza que hace brotar las lágrimas. La cámara se detiene en un soldado bastante joven, aunque su barba lo intente disimular y sobre todo, demasiado joven para haber vivido el horror de una guerra, si es que para eso hay alguna edad óptima. La imagen se va aproximando a su cara mientras una lágrima va cayéndole por la mejilla.


 El coronel de ese destacamento (Kirk Douglas) recibe órdenes de movilizar a la tropa, pero en vista del estado en el que se encuentran, pide que les dejen un rato más en la taberna. 
 Esta escena es uno de los mejores finales que se han rodado nunca y supone el broche idóneo a la que es, probablemente, la mejor muestra de antibelicismo que ha dado el cine. Curiosamente, este pacifismo que desprende la película no sentó nada bien en su estreno: en Francia fue duramente criticada por la imagen que ofrece de los militares y aquí, en España, no la pudimos ver hasta mediados de los ochenta. Por lo visto, los fusilamientos a inocentes y cabezas de turco que se muestran en la película de manera crítica, no fueron del agrado del antiguo régimen.

Aquí tenéis la escena de la canción, por cierto, la chica en cuestión es la mujer de Stanley Kubrick:




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