domingo, 22 de enero de 2012

LA FUERZA DE UNO

Tota pedra fa paret Dani!

 Ayer, en la ciudad de Valencia, más de 100.000 personas salimos a la calle a protestar por los recortes en la educación pública. Como siempre, habrá una diferencia entre las cifras de asistencia de la policía, los convocantes y los gobernantes, pero os aseguro que había, afortunadamente, muchísima gente. De hecho, cuando la cabecera llegó al final del recorrido, los que estábamos en la cola llevábamos casi dos horas esperando para poder movernos.
 El caso es que vengan las cifras de donde vengan, todas están equivocadas. Esto es así porque ninguna fuente contará a una persona que, a pesar de la distancia, estaba manifestándose solo en un gesto solidario con sus vecinos y compañeros. Mi amigo Dani Arias no pudo acudir a la manifestación de ayer, motivos familiares le retenían en su pueblo, Barchín del Hoyo, en la provincia de Cuenca y a 170 km de Valencia.
Pero Dani, que imparte clases de Tecnología con gran dedicación, está harto de que un servicio público como la educación tenga que verse mutilado por culpa de una gestión deficiente y un derroche de dinero insostenible. Así que, sin renunciar a sus compromisos familiares, realizó su propia protesta con pancarta incluida por las calles de su pueblo conquense. Sus fotos nos llegaron por las redes sociales o directamente al móvil cuando estábamos en plena manifestación y aunque el gesto encierra un gran sentido del humor, los que le conocemos bien sabemos de su implicación en este tema. Así pues, agradecemos a Dani este peculiar chorro de energía que nos mandó desde su pueblo y para mí, fuiste uno más en la masiva concentración de ayer, digan lo que digan los números.


Dani Arias, reivindicando los derechos de los valencianos por las calles de Barchín del Hoyo


Dos fotografías de la manifestación de ayer, casi dos horas sin poder moverse de la calle San Vicente


sábado, 21 de enero de 2012

DE FAMILIAS Y ARCHIPIÉLAGOS



"Los descendientes" de Alexander Payne

Cuentan en esta película que las familias son como archipiélagos, sus miembros pueden estar separados por kilómetros de mar pero pertenecer a la vez a una misma cosa. Partiendo de la idea de que la familia no se elige sino que te has de conformar con lo que te toca, el protagonista de "Los descendientes" trata de mantener esta unidad en medio de una situación que puede desembocar en la inestabilidad total. Para ello, tendrá que lidiar con varios y complicados frentes abiertos. 
 Alexander Payne, se sirve de una novela homónima de la escritora hawaiana Kaui Hart Hemings para narrarnos una historia que bien podría haber derivado en un vulgar telefilm lacrimógeno. Pero Payne, digno heredero del estilo del llamado cine independiente americano, no nos ofrece nada previamente masticado o en bandeja. La película es incómoda cuando tiene que serlo y sensible de la manera más acertada y lo que transmite, salvo algún personaje más forzado, es una veracidad que llega perfectamente al espectador. Además, el film consigue el difícil equilibrio entre los momentos realmente trágicos y otros más cómicos que se combinan a la perfección. "Los descendientes" mantiene pendiente al espectador dándole pequeños y dosificados giros argumentales que desembocan en un desenlace tan previsible como adecuado.
 Pero no todas las virtudes de esta película recaen en sus creadores, su protagonista George Clooney saca a relucir sus mejores tablas y se desenvuelve cómodamente en un personaje a su medida. Un trabajo muy convincente y recientemente premiado que está muy bien secundado por todo un descubrimiento: la debutante Shailene Woodley. Esta joven actriz salida de la televisión da la réplica a Clooney de manera magnífica y se podría decir que ha empezado con muy bien pie su carrera cinematográfica.


 Pero el cine, además de sumergirnos en multitud historias también tiene esa capacidad de trasladarnos en el tiempo y en el espacio desde la sencillez de nuestra butaca: en esta ocasión la película nos lleva al archipiélago de Hawai en la actualidad. Unas islas donde el contraste cultural entre los descendientes de nativos y colonos o el choque entre civilización y naturaleza están muy bien representados y asociados a los dilemas del protagonista, sirviendo de atractivo añadido al conjunto de la película.
 "Los descendientes" tiene el valor de satisfacer a un amplísimo sector del público, desde el más receptivo al más exigente. Prueba de ello es la cantidad de premios que está recibiendo últimamente: el más reciente, el Globo de oro de la Asociación de prensa extranjera de Hollywood a la mejor película y al mejor actor en la categoría de drama. Este chorreo de premios la sitúan junto a "The Artist" como una de las más aventajadas en la carrera de los Óscar.
Muy recomendable.



jueves, 19 de enero de 2012

QUEJAS REPRIMIDAS


En las últimas semanas, los medios de comunicación, las redes sociales y el correo electrónico me han sepultado con un sinfín de noticias, estadísticas y multienvíos que auguran un inestable futuro para el gremio de la enseñanza. Hoy en día es muy difícil no enterarte de lo que pasa con tanta tecnología al alcance de todos, pero aunque es bueno y necesario conocer todo este tipo de informaciones, he experimentado un pesimismo que me ha hecho sentirme saturado de tanto mal rollo. Harto de ir por la calle sin ver la luz por la sombra de una tijera gigante que va a caer de forma inminente sobre nosotros, he descubierto que parte de este desasosiego se debe a cierto complejo que sufrimos muchos profesores de la enseñanza pública. Me he dado cuenta que llevo años justificando ante los demás las ventajas de mi trabajo, aguantando desprecios, sentencias llenas de ignorancia, cargando con culpas que no son mías y reprimiendo la más mínima queja porque he llegado a pensar erróneamente que no tengo derecho a ello. Pues sencillamente ya me he hartado. No pretendo ni muchísimo menos dar lástima, y aunque he ido a algunas manifestaciones para expresar diversos desacuerdos,  a partir de ahora me voy a quejar de verdad y sin miedo por lo que no me parece justo. Para explicarlo, os pido que dediquéis unos minutos a este texto que no es más que un compendio personalizado de todos los mails que he recibido estos días:

 En los engañosos tiempos de la burbuja inmobiliaria yo estudiaba con constancia unas oposiciones mientras trabajaba de interino. En esa época, la construcción y múltiples trabajos derivados de ella dieron trabajo a mucha gente que cobraba nóminas con abultados añadidos en negro que me dejaban como un "pringao" que no hacía más que estudiar. La falsa bonanza económica no hacía más que crecer, mientras en mi comunidad se empezó a derrochar dinero en grandes fastos y eventos que eran jaleados por la mayoría de los votantes y que sólo enriquecieron a unos pocos. Con mis primeros sueldos me metí en una hipoteca de 30 años para independizarme en un modesto piso y fue en 2008 cuando la palabra crisis empezó a estar en boca de todos. Las políticas torpes con parches e improvisaciones no hicieron nada para mitigarla y  empezaron a gotear casos de corrupción hasta convertirse en una auténtica cascada. Yo conseguí superar las oposiciones y obtener una plaza fija como funcionario en la enseñanza pública en medio de un panorama desolador. Aquellos que aprovecharon la burbuja ahora estaban en el paro y si antes me llamaban "pringao" ahora me decían que no me podía quejar porque yo tenía trabajo. 
 Uno opina que hay muchas cosas que reducir antes que servicios públicos tan esenciales como la enseñanza y la sanidad, por ejemplo: sueldos vitalicios, la cantidad de asesores que rodean a los políticos, dietas y viajes de los mismos, las diputaciones, el senado...  Pero parece que no, es mejor subir el IRPF, reducir y eliminar trienios y sexenios para así contribuir a pagar una crisis que yo no he generado y un derroche del que nunca me beneficié porque preferí desgastar mis codos. Ahora estoy destinado con carácter definitivo a 150 km de casa con los gastos que eso conlleva. En el centro donde trabajo nos deben dos cuatrimestres de aportación económica lo que está poniendo en peligro las condiciones mínimas de trabajo con los alumnos, por ejemplo, disponer de luz eléctrica. A nadie parece importar lo vital que es una enseñanza de calidad para la sociedad futura, ya que los que se burlaban de mis horas de estudio y posteriormente me prohibieron cualquier queja, ven bien que se recorte a los funcionarios. Ven bien que mis compañeros interinos no vayan a cobrar las vacaciones porque sí ; ven bien que se tarde dos meses en mandar un sustituto, cuando lo mandan, y ven bien que se masifiquen los grupos retirando personal e impidiendo grupos de refuerzo, en detrimento general de la calidad educativa. Además, queda la duda de si cuando todo se restablezca algún día, se acordarán de lo que nos han quitado.


No es justo que buena parte de la sociedad nos odie. ¿Qué os hemos hecho nosotros? ¿Es por nuestras generosas vacaciones? Sinceramente a mí no me importaría trabajar en julio con o sin alumnos y os aseguro que de eso nunca me quejaría. ¿Por qué no en vez de apuntarnos con el dedo os unís a nosotros? ¿Por qué no pensáis que en cualquier caso los perjudicados son los jóvenes a quienes se les está limitando sus posibilidades? Creo que va a ser la primera vez que una generación futura lo tenga más difícil que su predecesora. Mientras, en Google seguirá apareciendo el término "vago" o "culpable" asociado a la palabra "funcionario"... Un cliché por el que nunca me he sentido aludido.


 Si has leído hasta aquí y todavía piensas que no me debería quejar de nada porque tengo trabajo, que sepas que lamento tu situación sea cuál sea, pero he decidido seguir quejándome. Por lo menos disfruta con este vídeo y disculpa si te he hecho perder el tiempo:



miércoles, 11 de enero de 2012

PUNTUALIDAD





Soy puntual. Espero que no sea la más destacada de mis virtudes pero a veces me da por pensar si es más bien todo lo contrario. Creo que soy puntual porque me pone nervioso hacer esperar a alguien y procuro avisar del más mínimo retraso. Además, llegar pronto a los sitios me produce una satisfacción extraña, todo lo contrario a la ansiedad que experimento si veo que voy a llegar tarde. El año pasado casi pierdo un vuelo por no llegar con la conveniente antelación y la tensión y nerviosismo que viví reafirmó mi afición por la puntualidad.
No penséis que soy un obsesivo de la puntualidad, no me importa esperar un poco una vez pasada la hora convenida, aunque hay gente que no le da importancia a que alguien esté esperándole mirando el reloj.
 Que el tiempo es relativo ya lo decía Einstein, pero es curioso que los que siempre llegan tarde hagan referencia a su retraso diciendo que son diez minutillos de nada. Me sorprende como añadiendo un diminutivo parece que se borre por completo la falta,  esos "diez minutillos" son 600 maravillosos segundos en los que se me ocurren un montón de cosas para hacer antes que esperar como un idiota. Pero por lo que veo, es más reprochable llegar cinco minutos antes.
 Últimamente he comprobado que mi puntualidad, lejos de ser alabada, produce estrés en la gente que queda conmigo. Sabiendo de mi sana costumbre y ante un posible retraso, se agobian y maldicen mi puntualidad. También está el hecho de quedar, por ejemplo, entre las doce y la una: parece ser que ante esta alternativa, de todos es sabido que se ha de llegar a la una y es ridículo llegar a las doce y cuarto.
  Pero el colmo fue hace unas semanas cuando quedé con unos compañeros: Yo estaba puntual en la puerta del bar acordado y hacía un frío terrible. Consideré la idea de esperar adentro pero eché un vistazo y no me apetecía la idea de tomarme una cerveza solo en la barra... Me hacía sentir como un cliente del bar de Moe. El caso es que confié en la puntualidad de mis compañeros mientras me congelaba en la calle. No fueron unos minutillos de retraso, fueron casi 20 minutos hasta que tuve que llamarles para ver por dónde iban. Cuando finalmente llegaron y con mi mejor sentido del humor y más fina ironía les agradecí la tardanza, obtuve la siguiente respuesta: "Haber entrado, imbécil"
Pasas frío, esperas 20 minutos sin que te avisen y eres un imbécil. Lo más fácil sería aprovechar el comienzo de año y proponerme ser impuntual como el resto del mundo, pero creo que sería fisiológicamente incapaz, está en mi genética. Así que me niego, a las personas se les quiere con sus virtudes y con sus defectos, por tanto, seguiré con lo que por lo visto es una rareza y mi gran pecado: la puntualidad.


10 K: EL RETO


He participado en varias carreras populares pero nunca en una 10K y esa diferencia de dos o tres kilómetros más pasó de ser un pequeño progreso deportivo hasta elevarse a la categoría de GRAN RETO PERSONAL... Hay que poner un poco de emoción a las cosas.
 Pues bien, me inscribí en la carrera en cuestión organizada para el pasado 8 de enero y procuré entrenarme con un poco más de dedicación para salir airoso del reto. Pero lo más difícil no fue el madrugón del domingo por la mañana, ni el frío previo a la salida o los diez kilómetros del recorrido... Lo más difícil fue dejar en el mejor momento una divertida cena en la que coincidí con dos viejos amigos que hacía un año que no veía. Fue duro armarse de voluntad para marcharse y asumir los calificativos de "enfermo", "vigoréxico" o "sectario" que me propinaron alguno de mis encantadores amigos. La verdad es que al llegar a casa y para colmo comprobar que no era capaz de conciliar el sueño, empecé a dudar sobre si valía la pena el dichoso reto.
Pero por supuesto que valió la pena: además de mantener un ritmo más que aceptable y no notar nada especial al aumentar la distancia habitual, disfruté del cómodo recorrido, de la organización, de los ánimos de la gente y en definitiva de la satisfacción que se siente cuando acabas una carrera. El ambiente que se crea en estos eventos me resulta muy divertido y eso que llegué a escuchar hasta tres veces la típica broma del corredor que dice que hay que parar cuando durante el circuito pasamos por un semáforo en rojo. Me parecen entrañables esos niños que esperan en algún punto del recorrido y que se emocionan y gritan cuando por fin ven pasar con orgullo a su padre o madre. Pero para momentazos familiares, estuvo la anécdota de esa corredora que a unos cien metros de terminar recogió a su bebé de manos de un familiar que la esperaba y cruzó la meta con su hijo en brazos.
Ninguno de mis amigos de la noche anterior estaba entre el público para animarme, estaban durmiendo o de resaca, pero no me importa... Además, creo que mejor así, que alguno me soltaría eso de "¡Corre Forrest! ¡Correeee!" En cambio, cuando finalicé mi carrera yo sí que animé a una atleta muy especial. Estaba volviendo al coche después de tomarme el refresco, obsequio de la organización, cuando vi a una mujer a un lento pero rítmico paso que aún no había concluido la carrera. Pasaba más de hora y cuarto de la salida e incluso habían empezado a retirar algunas vallas y la gente empezaba ya a ocupar la calzada. Al advertir que la mujer era una participante más, los que estábamos allí nos fuimos avisando para dejar paso libre a la corredora en su último esfuerzo. Todos nos sumamos en un espontáneo y solidario aplauso de ánimo que la mujer agradeció levantando los brazos exhausta. Un bonito final  para un inmejorable comienzo del que era el último día de mis vacaciones.
 Ayer, ya de vuelta en el trabajo, al contar a un compañero lo que había hecho en la mañana previa al regreso me dijo: "¡Tú estás loco!"

Para Jorge. Gracias.

miércoles, 4 de enero de 2012

BERTA Y LA FOTOGRAFÍA





 Poco a poco, Berta fue ocupando los espacios vacíos que la marcha de Ramón había dejado. En unas semanas, ya no quedaba ningún hueco en las estanterías ni ninguna pared vacía que evidenciara que alguien más había vivido allí. Berta sólo tuvo que redistribuir sus libros, discos y demás pertenencias para poder afirmar con seguridad que el piso era suyo y de nadie más. Ya no quedaba nada, ningún rastro de su vida en común en ningún rincón… salvo en el dormitorio.
 Era en la habitación más personal e íntima de la casa donde Berta aún conservaba una fotografía enmarcada sobre su mesilla de noche. En un marco verde metálico resistía una foto de ambos en el aeropuerto. La imagen en cuestión había guardado un significado especial para la pareja y había derivado en una particular broma entre ambos que mantuvo viva la llama de su complicidad durante años.

 La fotografía se tomó cuando Ramón tuvo que ir a un congreso en Berlín durante una semana. Berta tenía obsesión por tener fotos recientes de sus seres queridos antes de un viaje… Por lo que pudiera pasar. Así pues, antes de despedirse, pidieron a una señora que les hiciera la foto. La mujer no se aclaraba muy bien con la cámara de Berta y tras varios intentos, la luz del flash captó las sonrisas, ya sin naturalidad, de Berta y Ramón.  La fotografía quedó algo descentrada, ambos salían más que presentables pero quedaba demasiado espacio inútil por uno de los lados. Ese espacio fue involuntariamente ocupado por un chico que pasaba por allí en ese momento y a quien la instantánea sorprendió mirando hacia la cámara. Esa extraña foto de pareja en la que salían tres personas les resultaba muy graciosa y decidieron que merecía ocupar un lugar privilegiado en su casa.
 Durante muchas noches, mientras conversaban relajadamente abrazados en la cama, fantaseaban e inventaban historias en las que incluían al desconocido intruso de la fotografía. El hecho de que el joven apareciera en la imagen un par de pasos por detrás de la pareja, dio rienda suelta a su imaginación. Así, unas veces el intruso era un sicario que iba a asesinarlos por la espalda y que huyó al advertir que salía en la fotografía, y otras era el fantasma de un conocido que quería advertirles de una desgracia inminente. Berta insistía en que el personaje tenía cara de llamarse “José”, así que en poco tiempo fue bautizado por la pareja como Pepito.
 Con el tiempo, Pepito se transformó en algo propio de la pareja, un guiño entre ambos, un chiste que nadie comprendía y del que sólo ellos reían ante la atónita mirada de sus amigos.

Tras la dolorosa ruptura y alentada por su mejor amiga, Berta comprendió que debía retirar la fotografía si quería desvincularse plenamente de su pasado. Berta no era capaz de explicar por qué se resistía tanto a despojarse de ella, pero Ramón, ahora casado con otra, tenía que salir de ese dormitorio de una vez por todas.
 Berta sacó la foto del marco y se quedó mirando a Pepito con lástima. A fin de cuentas, Pepito no tenía culpa de nada ni merecía ningún rencor por su parte. El personaje era probablemente el recuerdo más genuino y positivo de su relación, así que decidió salvarle de su particular quema. Berta cogió unas tijeras y recortó la silueta de Ramón de la foto. Quedaron dos pedazos formados por la imagen de Berta y Pepito respectivamente. Los unió y los puso de nuevo en el marco. Ahora sí que era una foto de pareja.
 A partir de entonces, las imaginarias historias protagonizadas por Pepito volvieron a ocupar las solitarias noches de Berta en el dormitorio. En esta ocasión, el género de las historias había cambiado notablemente: ahora, Berta y Pepito, corrían románticas aventuras y arrebatadoras pasiones que finalizaban con un emotivo encuentro en el aeropuerto. De este modo, de una fantasía a otra cada vez más elaborada y rocambolesca, Pepito ayudó a Berta a rehacer su vida.

 Un año después, Berta volvía a casa en el metro después de un agotador lunes. En una de las paradas del trayecto subió un joven que se sentó frente a ella.  Berta levantó la vista de forma mecánica, pero en vez volver a sumergirse en su lectura como hubiera sido habitual frente a un desconocido, Berta se quedó paralizada mirándole... Era él.
 El auténtico Pepito vestía un traje de chaqueta azul marino y resopló al sentarse por el supuesto alivio de haber pasado una jornada estresante. Aunque Berta sentía una mezcla de rubor y emoción, respiró hondo, sacó la mejor de sus sonrisas y decidió hablarle.    
¿Fin?                                                                                               
Para María

MERYL SIEMPRE VALE LA PENA




PREESTRENO: LA DAMA DE HIERRO de Phillyda Lloyd
Meryl Streep siempre está magnífica: ya sea en un dramón o en una comedia, caracterizada más o menos, con acento francés, británico o australiano... Ella puede con todo y además tiene la capacidad de hacer que una película mediocre valga la pena, y este es el caso de "La Dama de hierro".
 En este biopic de la que fue durante más de diez años Primera Ministra británica, se nos presenta a una anciana Margarteh Thatcher viviendo en un cómodo retiro con continuos delirios y alucinaciones protagonizadas por su difunto marido. La película va alternando esta situación presente con retazos de su biografía y su carrera política. El problema es que estos momentos de vejez tienen poco interés narrativo y ocupan un abusivo tiempo del metraje de la película. De este modo, los puntos culminantes de su carrera como sus enfrentamientos con los sindicatos, su cruel gestión económica o la guerra de las Malvinas, son ofrecidos en breves y acelerados capítulos que a veces son más cercanos al videoclip. Aunque es difícil resumir una vida en un par de horas, la película pierde el tiempo en cosas irrelevantes.
 Pero la verdad es que no podía esperar gran cosa de la directora que perpetró ese horrible musical llamado "Mamma Mia". De todas formas, yo he acudido a ver a la Streep igual que Umbral fue a hablar de su libro, y en ese aspecto no hay ninguna queja, más bien todo lo contrario. Además de una impresionante caracterización, Meryl Streep consigue transmitir el férreo carácter de su personaje sin caer en la mera imitación y realiza un minucioso trabajo con la voz y el acento. Por todo esto y casi con toda seguridad, recibirá la que será su décimo-séptima nominación al Óscar. No sé con quién se enfrentará este año y aunque cuenta ya con dos estatuillas,  hace casi 30 años que no obtiene una... Va siendo hora de que este momento se repita por tercera vez: